lunes, 14 de febrero de 2011

¿De qué se trata el amor?


Desde que conocí las Constelaciones Familiares, los 365 días del año son para amar y honrar el amor. Las CF me mostraron un camino terapéutico que al transitarlo me ha fortalecido y empoderado para sostener y disfrutar las relaciones, al tiempo que me voy reconociendo más completa cada vez.

La felicidad en las relaciones no es ni una persona ni una condición ni un estado, sino más bien «la conciencia de la perfecta unicidad». Ver la inocencia y el amor detrás de las máscaras que todos usamos, es ver el rostro de Dios, y si somos capaces de entregar el corazón y amamos, logramos tener una experiencia de Dios.

En todo momento en cada relación enseñamos una de dos cosas: a amar o a temer. Hay una máxima en educación que reza: «Enseñar es demostrar», por tanto, cuando demostramos amor hacia los otros, aprendemos que somos dignos de amor y aprendemos a amar con mayor profundidad.

Las ideas no abandonan su fuente, es por eso que cuando demostramos temor y cerramos el corazón, aprendemos a rechazarnos y a tener miedo de la vida. Siempre aprendemos lo que hemos decidido enseñar.

El amor no conquista todas las cosas, pero sí las pone en su debido lugar, y en CF reconocí que el amor precisa del orden para poder expresarse. El desorden solo genera confusión, dolor y desgracia. De ahí, que en la mayoría de los casos donde encontramos bloqueos, decepciones, tristezas o pérdidas en el amor, también vemos desorden.

Muchas personas hemos padecido un «desorden de autoridad» en el que nos hemos colocado como los autores de Dios. Hemos hecho un Dios a nuestra imagen, con tal de no reconocer que Él es nuestro autor. Buscando poder en el amor nos auto infligimos sufrimiento al rechazar su fuente.

Tomarse el amor en serio significaría una transformación completa del pensamiento que renuncie al viejo sistema de pensamiento basado en el miedo y diga si a la entrega del corazón. Entregarse a Dios significa entregarse a la autoridad del amor. Las relaciones existen para catalizar nuestro encuentro con Él. Cuando nos entregamos al obrar del Espíritu todos los encuentros son sagrados. En una relación crecemos y en una relación morimos.



Es necesario que disminuya el “yo” para que aumente el “nosotros”. Básicamente, lo que ocurre es que nos han enseñado a ser activos, de modo que hemos exaltado desproporcionadamente la naturaleza masculina. Hemos creído que nuestro poder reside en controlar, y que somos poderosos por lo que hemos logrado más que por lo que somos. De manera que, caemos en la trampa de sentirnos impotentes para lograr nada hasta que ya lo hemos logrado. Este comportamiento es irreconciliable con el amor.

Creemos que la entrega es algo que hacemos cuando hemos perdido la guerra. Vemos la entrega de forma pasiva, y pensamos que es una debilidad. Si alguien nos sugiere que no hagamos nada en una situación, que soltemos las cargas y descansemos, nos ponemos realmente histéricos. Pero en un sentido espiritual la pasividad es fortaleza. La entrega es un principio femenino y por tanto es pasiva. No «hace» nada.

El proceso de espiritualización -tanto en los hombres como en las mujeres- es un proceso de feminización, un aquietamiento de la mente que propicia la entrega del corazón. En la filosofía taoísta, el «yin» es el principio femenino, que representa las fuerzas de la tierra, mientras que el «yang» es el principio masculino, que representa el espíritu.

Cuando nos referimos a Dios como «Él», toda la humanidad se convierte en «Ella». No tiene nada que ver con ser hombre o ser mujer. La mente que está separada de Dios no confía en el amor para salir al mundo. Sin amor la mente no puede conectar con la sabiduría.

Entregarse es relajarse y amar. Al consentir que el amor sea nuestra prioridad en una situación, entregamos el poder a Dios. Literalmente, usamos nuestra mente para crear junto con Él. Cuando elegimos el amor, reconocemos su importancia y nos entregamos a su fuerza, invocamos a un poder superior que guiará nuestras vidas.

Cuando nos encontramos con alguien vivimos un momento santo. Tal como consideremos al otro así nos consideraremos a nosotros mismos. Tal como lo tratemos, así nos trataremos a nosotros. Tal como pensemos del otro, así pensaremos de nosotros. En nuestros semejantes o bien nos crucificamos o bien nos salvamos.

Artículo de Karina Pereyra
Publicado en el periódico Listín Diario.

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